lunes, 28 de septiembre de 2009

Sobre el amor y la muerte

Una cristalización lo llama Stendhal; en otro lugar, una fiebre; dice Sócrates en Fedro una enfermedad, una locura. Pero no una mal embriaguez, añade, sino la mejor que existe; y no una enfermedad dañina ni una auténtica locura humana en el sentido patológico, sino una manía inspirada por los dioses, que añora los dioses, una demencia divina que permite al alma prisionera de lo terrenal remontar el vuelo. Es cierto que el Eros no es un dios, ni bueno ni mal, ni hermoso ni odioso. sino un gran daimon, un mediador entre los hombres y los dioses, un acosador que inculca en los hombres el deseo de lo que les falta: lo bello, lo bueno, la felicidad, la perfección... todos los atributos divinos cuyo reflejo ve el amante en el amado...y finalmente también en la inmortalidad. El Eros es "el amor que empuja a procrear y alumbrar en lo bello", como dice Diótima, "la más sabia de las mujeres", de la que Sócrates habla en El banquete. Y ese "engendrar y alumbrar", sin duda también es físico-animal, pero más aún el espiritual, pedagógico, artístico, político, filosófico, en una palabra, lo que llamamos lo creador, constituye la participación del hombre en la inmortalidad, porque sigue existiendo y actuando después de su muerte. "...En lo bello", dice además, lo que no carece de importancia, "engendrar y alumbrar en lo bello" es decir, precisamente en la nostalgia de esos atributos divinos de los que los hombres carecemos.
Esto resulta duro de tragar, pero su sabor no se ha estropeado en los últimos dos mil quinientos años. Desde las cancionillas sentimentales hasta Fidelio y La Flauta mágica, desde las novelas de quiosco al Anfitrión de Kleist, todo lo que se escribe y se canta expresa el convencimiento de que el amor es algo sublime, celestial, redentor, y la terminología con que se canta o escribe sigue siendo hasta hoy la religiosa. Con lo que se diferenciaría ya suficientemente de los excrementos.
--Patrick Süskind--

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